Suertes.

No sé cómo puede correr alguien con esta suerte.

¿A qué hora escogí el boleto del sorteo que me iba a poner en ese lugar, en esa situación, de aquella forma? Un regalo, un accidente, lo que sea, lo que quisiera yo que fuera.

La suerte de estar en la vida de aquel muchacho de cabello largo y lentes rallados y doblados por las peleas y las borracheras, el de la diabetes crónica y los hábitos alimenticios desordenados y las historias de guerra antes de dormir y los buenos discos en las carreteras.

La suerte de no vivir en ninguna parte, de ser nómada y ser feliz y de los trámites escolares sencillos y de las bibliotecas escolares robadas y de los cafés de gasolinera por las carreteras y las temperaturas menguantes de los puntos cardinales del país.

La suerte de libros buenos que te llevan a libros buenos y libros malos que te llevan a libros mejores y de los malos hábitos y del insomnio horrible y del olor a madera y a cobija lavada.

La suerte de los besos azarosos y las personas extraordinaria y las personas ordinarias y los besos malos y los besos buenos y el perder personas y ganar amigos y perder desconocidos y querer conocernos y noches en vela y risas y roces y más que roces que no son importantes o menos que roces que importan muchísimo.

Y los sueños lúcidos y las millas corriendo hasta que sienta que es suficiente y las recetas y las especias y las margaritas en el cabello y los malos whiskys.

La mala suerte de la ingenuidad y la pereza y los tragos amargos y los sueños malos y las malas amistades. Los golpes y las cortadas y las lágrimas y las pérdidas para siempre; la de fe, la de esperanza, la de otros tiempos.

De conocer a la mejor persona del mundo y conocerlo completamente y arruinar parte de su libertad poniéndole responsabilidades que no merecía y quererlo con todo el ser y aspirar a ser tan fuerte y sonreír una última sonrisa para un tiempo que debió haber durando más.

De darle la oportunidad a quien no podría merecerla. De creer en las personas pero no creer en sí y de leer mucho el mismo poema en voz alta y entender cosas diferentes cada vez.

De saber que algo estoy haciendo mal, de no querer saber qué.

De la buena suerte y la mala suerte y las expresiones que uso para expresar cosas en las que no creo y los amores y los desamores y los ratones de los dientes y los tyops y las calorías negativas.

Y los posts malos en mi blog pendejo.

Hands.

Then she grabbed his hand and for the first time in a long time, he left it there, inside her grip. He let her caress his knuckles and felt the rings on her fingers. 

"I'm better now," she said.
"That's good." He replied, still not facing her.
"How about you?" she asked, in a low voice.
He hesitated.
"Dunno. Guess so."
"You can't not know."
"Well... I'm okay with you, and that's a lot more that what I've had for a while."

She kept holding his hand for a little longer, until it got sweaty and she had to let go to wipe the sweat in her pants and then took his hand again.

"I want to make you happy," she replied.
"I want to let you, I just don't know what to do or how," he looked at her eyes, his eyes tired, his gaze sad but the look was pleading. She pushed a strand of hair away from her forehead and sighed.
"I don't know if I can make you happy, but I can keep holding your hand for as long as you feel comfortable with, and that's a start."

He then looked at their hands, still together.
"Your hand is soft."
"Thanks."

He gripped hers a little tighter. The trace of a smile drew on her lips.
"I like it here," he said.
"The parking lot?"
"No," he intertwined his fingers with hers. "Here."
She kept smiling.
"I'm glad."

They grew quiet for a while.
"Uhhm... Can we get another pretzel?"
"If that makes you happy."
"I guess it might."
And so they did.